Cuando ingresé al mundo laboral, recuerdo que había dos áreas de mi carrera entre las que no podía decidirme: las finanzas y el impacto social. Dos áreas que no sólo eran percibidas como separadas, sino que incluso como opuestas. En ese momento y bajo mi perspectiva, no existía una conexión entre el propósito de los negocios con el de la sociedad, además de las empresas sociales.
Afortunadamente, tal extremo no se mantuvo indefinidamente. Y es que durante mi carrera laboral he sido constante aprendiz de cómo la creación de valor social puede generar grandes beneficios a las empresas, más allá de mejorar su reputación empresarial. Consecuentemente, fui redefiniendo mi forma de pensar hacia el propósito personal y profesional que me motiva a diario: utilizar el poder de las finanzas para transformar el mundo.
Un primer acercamiento, conectar lo social con lo financiero
En los últimos años, la pregunta que más me han formulado como Oficial de Sostenibilidad e Impacto en una administradora de fondos de inversión ha sido ¿Por qué un inversionista tradicional pide información sobre la gestión ambiental y social de una empresa?
Es que, a primera vista, podría pensarse que se habla de conceptos no necesariamente relacionados entre sí. Incluso en la actualidad, muchas empresas suelen caer en lo que llamo “la trampa de lo social”. Cuando se toca estos temas dentro del ámbito empresarial, es común que salgan a la luz las acciones de filantropía y donaciones que realizan las empresas, como un intento de demostración de que la empresa también realiza acciones por la comunidad. Y es que, en el mundo empresarial, se tiene la falsa creencia de que lo “social” no debería tener fines de lucro ni tener ningún vínculo positivo con el desempeño económico de la empresa.
Sin embargo, ya no es posible hablar de que la conexión de una empresa con la sociedad está dada por ese tipo de actividades. Pues hoy en día, esta faceta “social” responde a una serie de factores ligados a criterios ambientales, sociales y de gobierno corporativo (ASG o ESG por sus siglas en inglés), pero que están relacionados con el desempeño financiero y operacional. La gestión del riesgo ESG ha cobrado una importancia cada vez mayor en las últimas décadas, hasta convertirse en una práctica habitual en muchas empresas.
El incremento de las temperaturas a causa del cambio climático, por ejemplo, tiene un impacto sobre los flujos financieros futuros de las empresas. Asimismo, la mala gestión de residuos de una empresa puede traer consigo multas, generar litigios e impactos en la reputación empresarial. Otros factores tienen relación con los niveles de productividad, como ser una alta rotación del personal causada por malas prácticas laborales o disrupciones en la cadena de valor por eventos climáticos. La ejecución y dirección de la estrategia empresarial también depende de estos factores como ser el nivel de independencia del Directorio o los planes de sucesión para puestos clave en la empresa. Éstos son algunos ejemplos de la gestión de riesgos ASG y, dependiendo del modelo de negocio, tendrán mayor o menor importancia para su inclusión en el análisis financiero.
Así también, estos factores son una oportunidad para las empresas. Por ejemplo, el crecimiento de la demanda por productos vegetales es una oportunidad para incrementar los ingresos a través de otras líneas de productos. La diversidad en las Juntas Directivas y en los equipos de trabajo puede traer consigo mayor innovación y creatividad. La gestión ambiental puede generar mayor eficiencia y reducción en los gastos operativos.
Desde el punto de vista del riesgo o de la oportunidad, se debe tomar en cuenta sólo aquellos aspectos que son materiales o, en otras palabras, significativos para los grupos de interés de la empresa: accionistas, empleados, clientes, proveedores, comunidad, etc. La determinación de la materialidad de los factores ESG es fundamental para empezar a relacionar la sostenibilidad con el valor económico.
Es aquí donde se suele fallar, ya que en muchos casos o bien se toma en cuenta factores ESG no tan relevantes para el desempeño de un negocio en particular, no se destacan las áreas donde el negocio tiene un mayor impacto en la sociedad, o una combinación de ambas acciones. Un buen ejemplo de esto podría encontrarse a la hora de efectuar la medición de la huella de carbono de una entidad financiera. Si se habla de las emisiones de la entidad per se, no se trataría de un factor directamente relacionado con su desempeño económico; como tampoco la reducción de su huella de carbono afectaría materialmente las emisiones globales. Por el contrario, la huella de carbono de la cartera de un banco es la que tiene un impacto más significativo y puede representar un riesgo en la medida en la que se transita hacia una economía baja en carbono. Casos como el anterior suceden porque se utilizan estos factores como elementos para mejorar la imagen de la marca, más que para entender su impacto en el desempeño económico.
Hoy en día, los inversores integran cada vez más estos factores en su proceso de análisis para identificar riesgos materiales y oportunidades de crecimiento. Pues, la consideración de los factores ESG tiene como fin la preservación del valor de la empresa y son un primer paso para que las empresas fortalezcan la relación que existe entre su modelo de negocio y sus grupos de interés.
De preservar el valor a crear valor
Si bien la integración de riesgos ESG es un primer acercamiento de la relación entre lo social y lo financiero, se basa primordialmente en la preservación del valor de la empresa. Cuando se habla de la generación del valor que esa gestión de riesgos ESG buscará preservar, ya se está yendo un paso más allá. En este punto, también será necesario conectar las necesidades sociales, la estrategia empresarial y el valor económico de una empresa. A este vínculo se le llama creación de valor compartido.
La creación de valor compartido es un concepto de Michael Porter y Mark Kramer1 definido como la aplicación de políticas y prácticas operacionales con el objetivo de mejorar la competitividad de una empresa, a la vez que ayudan a mejorar las condiciones económicas y sociales en las comunidades donde opera. Las empresas pueden crear valor compartido de tres formas:
· Repensar los productos y mercados de tal forma que satisfagan necesidades sociales insatisfechas.
· Redefiniendo la productividad en la cadena de valor mejorando la gestión operativa de la empresa.
· Permitir el desarrollo de clusters locales, impulsando el ecosistema en donde opera.
La creación de valor compartido vincula el impacto social directamente con la ventaja competitiva y el desempeño económico. Una vez más, se habla de un concepto que no se limita únicamente al segmento de empresas sociales; por el contrario, cualquier empresa sin importar su modelo de negocio puede aplicarlo.
Para que una empresa redefina su forma de hacer negocios hacia la creación de valor compartido es fundamental que no se trate de iniciativas aisladas dentro de la organización, sino que éstas estén alineadas al modelo de negocio e integradas a la estrategia empresarial. De lo contrario, serán iniciativas temporales y poco escalables.
La escalabilidad es esencial para expandir y generar mayor valor tanto para la sociedad como para la empresa y suele ser un reto al momento de diseñar una estrategia de creación de valor compartido. Dos aspectos que se deben tomar en cuenta para asumir efectivamente este reto son: 1) conectar el ecosistema, dejando de lado la tradicional mentalidad individualista a la hora de hacer negocios y; 2) medir el valor generado tanto para la sociedad como para el negocio, en forma tal que permita rediseñar o redefinir constantemente una estrategia empresarial efectiva.
Impacto colectivo, conectando el ecosistema
Cuando visité diversos establecimientos de ganadería en Paraguay, había grandes diferencias entre los establecimientos que formaban parte de algún tipo de asociación respecto de los que no. Por ejemplo, los establecimientos que formaban parte de las cooperativas menonitas contaban con mayores recursos para su actividad económica, incluidos los recursos técnicos, de insumos y de financiamiento. Asimismo, estos beneficios no solo se veían reflejados en la actividad económica, sino también en la comunidad, a través de la creación y mantenimiento de escuelas y hospitales por parte de la cooperativa.
En contrapartida, los establecimientos ganaderos que no pertenecían a ninguna cooperativa o asociación, contaban con menor acceso a recursos y, por lo tanto, eran menos resilientes a impactos negativos externos. La conclusión es clara: la cooperación ha adoptado un papel fundamental para que los establecimientos y empresas generen mayor valor económico y social.
Otro ejemplo es la banca comunal. Se trata de una forma de crédito concedido a grupos de personas que se garantizan entre sí. Este tipo de créditos, en Bolivia y en diversas partes del mundo, es una forma de promover el acceso a los servicios financieros. Así también, reducen la falta y la asimetría de información entre el prestatario y el prestamista, externalizando y delegando al grupo la parte de los riesgos y costos de la provisión de servicios financieros2.
Y es que en muchos casos la existencia de estas asociaciones es altamente beneficiosa tanto para las empresas como para sus clientes, otorgándose productos y servicios a segmentos excluidos y reduciéndose los costos para ambas partes. Al igual que la banca comunal, existen diversas startups que brindan acceso a recursos como maquinaria, espacios inmobiliarios, entre otros; a personas y empresas que, por los altos costos que representan estos recursos no tenían acceso a los mismos;
esto lo realizan a través de la conexión del ecosistema o lo que también se llama economía colaborativa3.
Asimismo, colaborar con los diferentes actores de la cadena de valor es una forma específica de crear valor compartido. El mundo de los negocios es cada vez más complejo debido a todas las conexiones que existen en una cadena de valor hasta llegar al cliente final. Por ejemplo, para tener un café por la mañana, éste ha tenido que atravesar distintos procesos a partir de la relación de una diversidad de empresas: el caficultor, proveedor de insumos, tostador, distribuidor, intermediario, cafetería, entre otros. Ciertamente se trata de empresas con objetos y actividades diversas, pero con un objetivo común: llegar al consumidor final.
La alineación de intereses suele ser un desafío al momento de colaborar con diversos actores. Sin embargo, la alineación de propósitos en la cadena de valor hace más sencillo llegar a este objetivo. Las empresas no están aisladas y la asociación o colaboración efectiva de las mismas son un posible habilitador de generación de valor.
Lo que no se mide no se gestiona
Más allá de los reportes y compromisos que asume una empresa, la intencionalidad se ve en el esfuerzo que le otorga a la medición del valor social generado. Adicionalmente, cuando las empresas no entienden o no hacen un seguimiento riguroso de la interdependencia entre los resultados sociales y económicos, pierden oportunidades importantes para la innovación, el crecimiento y el impacto social sostenible a escala.4
Al no ser un hábito empresarial usual, las empresas suelen tener mayor dificultad en la medición del valor social que en el valor económico. Ante ello, han surgido diversas metodologías de medición de impacto. Una metodología innovadora y en desarrollo es el Impact-Weighted Accounts5, la cual tiene como objetivo monetizar el impacto medioambiental y social generados por una empresa a través de su integración en los estados financieros. La idea detrás de esta metodología es poder medir las externalidades positivas o negativas que tienen las empresas, no solo en el capital financiero sino también en el capital social y natural, pero que además estas externalidades sean capturadas para una mejor toma de decisiones.
Una forma para iniciar la medición de impacto social generado es tomar en cuenta las cinco dimensiones de impacto6:
· ¿Qué impacto ocurre?
· ¿Quién experimenta el impacto?
· ¿Cuánto es el impacto generado (en términos de: escala, profundidad y duración)?
· ¿Cuál es la contribución de la empresa al impacto generado?
· ¿Cuáles son los riesgos de impacto?
Es común que las empresas, fondos de inversión, ONGs y otros; se limiten a medir la escala del impacto y definir al segmento beneficiado, y no así otros factores como la profundidad de este impacto y la adicionalidad o contribución de la empresa. En otras palabras, se suele medir el output o resultado inmediato y no así el outcome o resultado de mediano plazo. Cuando sucede esto, se pierde información valiosa del impacto generado, entrándose en el campo de la suposición.
Por ejemplo, la cantidad de mujeres asistidas técnicamente por una empresa agrícola es un indicador que refleja un resultado inmediato a la intervención; en el cual se asume que la asistencia fue exitosa. Por el contrario, el incremento del nivel de productividad de las mujeres luego de recibida la asistencia técnica es un resultado de mediano plazo y otorga mayor claridad sobre si la asistencia fue efectiva y si se alcanzó el objetivo trazado.
El marco de las cinco dimensiones de impacto invita a las empresas e inversores a tomar en cuenta todas estas variables para que la toma de decisiones sea más informada. Esta medición deberá estar acompañada por el valor económico generado. Por ejemplo, el incremento de los ingresos, la reducción de costos, el incremento en la productividad, etc.
En otras palabras…
Sin lugar a duda, es de valientes desafiar el status quo. Y es evidente que la innovación puede traer grandes beneficios económicos y sociales. No obstante, si se espera únicamente cambiar el mundo a través de la creación de sistemas inexistentes y se olvida todo lo que se ha construido hasta ahora, se estaría desperdiciando un recurso tan valioso como lo es el sistema empresarial para la creación de valor social.
Redefinir la forma de hacer negocios implica tener la capacidad de entender el vínculo entre lo social y el desempeño económico, partiendo desde la preservación del valor hasta la creación del mismo; de pensar y actuar en comunidad, conectando el ecosistema; y de promover una cultura de medición de valor efectiva al interior de las empresas. Pues de esta forma será posible lograr crecimiento económico para la empresa, pero de una forma sostenible e inclusiva, atendiendo las necesidades de la sociedad y contribuyendo al logro de un mundo más próspero.
1 Porter, M., & Kramer, M. (2011). La creación de valor compartido. Harvard Business Review, 89(1), 32-49.
2 https://www.fundacionmicrofinanzasbbva.org/revistaprogreso/oportunidades-y-limitaciones-de-la-banca-comunal-y-los-desafios-de-una-transicion-al-credito-individual/
3 https://ramon-asociados.com/economia-colaborativa/
4 https://www.hbs.edu/ris/Publication%20Files/Measuring_Shared_Value_57032487-9e5c-46a1-9bd8-90bd7f1f9cef.pdf
5 https://www.hbs.edu/impact-weighted-accounts/Pages/default.aspx
6 https://impactfrontiers.org/norms/five-dimensions-of-impact/
